Hacer lo que me corresponde

Reinventarme, 
revisar viejas creencias, 
desechar lo que no funciona. 
Arriesgarme a lo nuevo.
Hacer lo que me corresponde, 
saltar al vacío y confiar en que la vida hará el resto.
No dar por sentado a nada ni a nadie. 
No perderme ni perder el respeto. 
Aferrarme a la certeza del cambio que es lo único cierto.
Abrirme de par en par a lo nuevo para que la vida siga habitando en mi piel, 
en mi carne, en mis huesos.
Seguir apostando por la excelencia, por disfrutar, por compartir mi alegría, por intentar dar consuelo. 
Al perfeccionismo y a la impaciencia encomendarles la misión del destierro.
Seguir aceptando mi vulnerabilidad, mis contradicciones, mis días bajos…porque soy humano y no me culpo ni justifico por ello. 
A la mejor de mis habilidades,honrar mi Templo. 
No olvidar que no estoy solo y que hay a quienes les importo. 
Dar gracias y perdonar, para que no me pese ni el aliento.
Desechar a “mis malos” no dedicándoles ni un solo pensamiento, 
habiendo sentido la energía de las emociones que me provocaron
y utilizando el sentido común para hacer algo productivo con ello. 
Me gustan los premios, por eso los busco en todo lo que vivo y a cada momento.
Cada día mi reto es apartar a la víctima desde la conciencia, la elección, la aceptación, la actitud, el mimo... sin olvidarme de poner un ratito el reloj y darle un poco al pataleo.
No descarto ni a Dios, al que tengo el derecho de inventarme, ni a los milagros, que van desde un suspiro hasta encontrar las numerosas llaves que abren las puertas de mis sueños.
Ahora estoy convencido de que pensando, creo, y creyendo, veo, y vigilo mis palabras para que mi mundo cambie a mejor. 
Apartándome de la locura de lo que pensaran otras mentes sobre mi forma de ser, con el reto de no tomarme nada personalmente ni de hacer suposiciones, porque si así lo decido, aquí puedo encontrar mi libertad y hasta el Cielo.
No tengo tiempo para el cotilleo, me gusta ser productivo, y a la creatividad le rezo.
Mi edad no es un límite para empezar cada vez que decido empezar de nuevo. Si es mil veces cada día, pues empiezo desde otro cero a cada momento, eso le viene bien a mi ego. 
Tengo derecho a equivocarme y también a estar en lo cierto. 
Tengo un niño interior muy despierto y le doy alas, lo saco continuamente a jugar y él me oxigena del estrés que me impone a veces la pasión, la inquietud de querer comer de mi empleo.
Me da igual si me llaman Pan, Quijote, Escarlata o Romeo porque me salen las cuentas cada noche, y a la soledad… “francamente querida, me importa un bledo”.
Mi empeño continuo es regenerar el corazón, reparar la confianza, reinventarme la inocencia, porque siempre he creído en la fuerza del amor y no voy a dejar de apostar por ello, aunque me tiemblen las piernas de susto y me salgan los demonios que otros pusieron.
El camino se demuestra andando, el miedo se supera mirándole de frente, y del suelo se levanta uno sin avergonzarse de estar ejerciendo su derecho a la vida y por estarla viviendo.

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